Hice un cuadro, ya sabes.
Sobre aquello que siento.
Lo titulé: No estoy muy seguro que me agrade la
gente.
Era un cuadro sencillo…
Grande eso sí…
Con muchos colores…
Y lleno de gente.
El punto es que alguien vio el cuadro.
De casualidad, sin que yo tuviese intención de
enseñarlo.
Y ese alguien le contó a otro y ese otro conocía a
alguien más.
En resumen: dos semanas después lo expusieron en la
ciudad.
En la municipalidad, por fuera, en esa parte que da
a la plaza.
Yo no me opuse.
Tampoco acepté, pero pareció que sí porque no me
opuse.
No comprendí, en el fondo.
Y cuando quise hacerlo, ya estaba expuesto.
Solo entonces recordé que era un cuadro grande.
Era fácil de verse, digamos.
Si alguien pasaba por ahí, me refiero, era normal
que se acercara y mirara un rato.
Cuando entendí eso fui hasta el lugar donde lo
habían puesto.
Fui y observé la situación desde la plaza, junto a un
árbol.
Cada cierto rato pasaba alguna persona y lo miraba.
Algunos, incluso, se detenían frente a él, un largo rato.
La situación comenzó a inquietarme, pero era
extraño ir y pedir que sacaran el cuadro.
Me incomoda, podría haber dicho, como único
argumento.
Entonces pensé en rasgarlo, quemarlo o en botarlo
simplemente, para que quedase boca abajo.
En vez de eso, finalmente, decidí volver a casa y
encerrarme algunos días.
Una semana después, más o menos, me devolvieron el cuadro.
Venía envuelto en cartón, para que no se dañara.
Lo dejé en el patio, por cierto, dentro del cartón.
Alguien que lo vio ahí, tirado, me recomendó que lo dejara en otro sitio.
Y es que el daño, si lo hubo, ya estaba hecho.
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