I.
Aún no escribe una novela, pero ya ha terminado
siete prólogos.
Cada vez que termina uno me pide que lo lea y yo accedo.
Además, me envía una serie de aspectos técnicos y
elementos del argumento, para que entienda un poco mejor cuál es su proyecto.
Entonces -porque me da pena decirle cualquier cosa-,
me concentro en el prólogo y trato de imaginar la novela que supuestamente le
sigue.
Luego, escribo una pequeña respuesta con algunas
observaciones, teniendo cuidado, por supuesto, de no desanimarlo.
Por último, él agradece y promete enviarme fragmentos
a medida que avance, pero finalmente no lo hace y dejamos de hablar.
Tiempo después llega otro prólogo y el ciclo se
repite.
Hace una semana recibí el séptimo, por cierto, y
ahora debo contestar.
II.
Estaba escribiendo la respuesta hace un rato.
Al hacerlo, revisaba un par de respuestas
anteriores, para evitar repetirme y ser un cómplice inconsciente, de este
ciclo.
Esta vez, le digo que baraje la opción de publicar
sus prólogos, como una obra en sí misma.
Después de todo, bastaría un último prólogo para
presentar esos otros ya escritos, y dar por terminado el proyecto.
Supongo que en unos cuantos días recibiré un
mensaje suyo, agradeciendo la lectura y diciéndome que tal vez lo hará, aunque
sería capaz de apostar que luego, nuevamente, todo terminará en nada.
Supongo que lo hará un poco por miedo, como nos
ocurre a todos.
Usted mismo, lector, si ha venido por aquí en más
de una ocasión, debiese saber perfectamente de qué hablo.
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