Lavo cucharas que no ocupo.
Hace unos días comencé a contarlas y a fijarme en
ese hecho.
Me refiero a que, al lavar, coincide el número de
platos, de tazas y de otros utensilios.
Todo coincide menos las cucharas.
Cucharas grandes y pequeñas, sin distingo.
Entonces lo hablo con mi hijo y quedamos de
fijarnos.
No vive nadie más, por cierto, en esta casa.
Tomamos nota de las cucharas que ocupamos y comprobamos
que difieren en número.
Cuatro días seguidos, ocurrió lo mismo.
Nuevamente, digamos, aparecen otras sucias, que no
hemos ensuciado.
Como insisto en el tema mi hijo me dice que no me
preocupe, que él las lava.
Sabe, por supuesto, que no es el punto, pero es su
forma de decirme que no le dé más vueltas.
Se ríe y cambia el tema, como cuando ocurren cosas
de este tipo.
Ruidos sin explicación, animales extraños en la
casa y hasta voces que ambos escuchamos.
Nos miramos y bromea, cuando ocurren estos hechos, luego
cambia el tema.
Es una postura sana, en todo caso, eso no lo
discuto.
Por lo mismo, intento también despreocuparme, aunque
las pruebas sean claras, como en el caso de las cucharas.
Algo no calza, es cierto, pero sigo mejor el día
así, como usando zapatos que no son de mi talla.
Después de todo hay otras cosas en qué pensar, me digo.
Cosas importantes, me refiero, sin duda más
valiosas.
Y claro… pensaba hablar de esas cosas ahora, pero
todavía pienso en las cucharas.
¡No puede ser que ese sea el último misterio…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario