Tenía que inscribirme en algo así que elegí un
taller en el que enseñaban a fabricar jabón.
Lo hice porque me acordé en ese instante de El
club de la pelea, y pensé que podía ser algo emocionante.
Fue un razonamiento absurdo, por supuesto, pero en
mi mente tenía la imagen de unos tipos robando grasa humana y huyendo hasta una
especie de fábrica secreta, en la que hacían jabones.
En el taller, en cambio, resultó que solo había
productos químicos, muy bien ordenados y envasados en frascos de vidrio, en una
repisa detrás de la señora que dirigía la clase.
Debido a mi elección, debí pasarme el día entero
ahí, sin poder evadirme pue además resulté ser el único inscrito.
Me gustaría decir que la historia dio un vuelco o
que comprendí algo trascendental o que disfruté la simpleza de lo que hicimos o
dedicar unas líneas a profundizar sobre la limpieza y la suciedad o cualquier
cosa que sirva para justificar no solo el haber elegido este taller, sino la
escritura de este texto.
¿Qué debo hacer entonces para justificar la
existencia de ese día y de estas palabras?
¿Dejar una conclusión tal vez hacia el final del
texto, para sonar más interesante, como en una fábula contemporánea?
Puede ser.
Lo acepto.
Imaginen si quieren esa conclusión como la única
frase en la lápida de alguien, al que nunca conocieron:
La emoción siempre estaba en otro sitio.
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