I.
Allá por los años cincuenta cayó un paracaidista sobre
la casa de uno de mis abuelos. Mi padre dice que él estaba ahí cuando
escucharon el golpe en el techo y salieron a ver qué sucedía. Fue entonces que,
en medio de telas y cuerdas que colgaban desde el techo, vieron al hombre ponerse
de pie y saludar con la mano. Segundos después, observaron cómo el hombre se tropezaba
y caía desde el techo, golpeándose fuertemente la cabeza contra el suelo.
II.
El hombre estuvo inconsciente, luego de la caída, durante
varios días. Mi padre y sus hermanos le armaron una cama y lo tuvieron ahí, acostado,
sin contarle a nadie lo sucedido. Por otro lado, el vecino más cercano vivía a casi
dos kilómetros y al parecer nadie se había percatado del paracaidista. En el
pueblo, por cierto, tampoco se comentaba nada del asunto.
III.
Si bien el paracaídas y la ropa que vestía el
hombre parecían tener un origen militar, estas no coincidían con las ropas de
nuestro ejército. De hecho, no tenían ningún signo o símbolo que pudiera
relacionarse con algún ejército en particular. Según mi padre, podría haber
sido europeo, ya que tenía rasgos foráneos. Gran altura, cabello rojizo y una
piel más blanca que la mayoría de los hombres que había visto hasta aquel entonces.
IV.
Cuando el hombre despertó no podía hablar. Se
mostraba tranquilo, pero se señalaba la garganta y aparentemente estaba
sorprendido de no poder articular sonido. No parecía comprender lo que le decían
los demás, pero agradecía con gestos todo lo que le ofrecían. La herida en su
cabeza parecía estar mejorando y se mostraba tranquilo. Ni siquiera pareció
molestarse cuando notó las cadenas con que mi abuelo había amarrado uno de sus
pies, para que no escapara.
V.
Mi padre fue el encargado de mostrarle cómo
funcionaba todo en la casa. Además, había sido él mismo quien debió atenderlo,
mientras estuvo inconsciente. Le mostró las gallinas, la vaca y los pocos cerdos
que tenían en el lugar. El paracaidista, por su parte, se mostraba asombrado
con todo lo que veía. Nunca notaron nada violento en su conducta ni lo vieron
comportarse incorrectamente ante la esposa de mi abuelo -no la llamo abuela
pues no era ella la madre de mi padre-, por lo que le quitaron las cadenas
durante el día, y solo se las ponían por la noche, amablemente, para poder
dormir en paz.
VI.
El paracaidista trabajó en casa de mi abuelo durante
varios meses antes de desaparecer. Ayudó a plantar y cultivar papas, en un
terreno a un costado de la casa. Ordeñaba la vaca, por las mañanas y ayudó a
cortar tanta leña que tuvieron que pedirle que se detuviera, pues ya no había lugar
para guardarla. Fue entonces que, en mitad de la época de lluvias, habría huido
del lugar, sin que nadie notara, previamente, sus intenciones.
VII.
Mi padre encontró la cadena todavía con el candado
puesto. Mi abuelo lo gritó por haberlo amarrado mal, pero mi padre dice que el
grillete estaba intacto y no parecía haber sido forzado. Ese mismo día, luego
de almorzar, salieron a buscar al hombre. Mi abuelo con una escopeta y mi padre
con un pequeño rifle. Hicieron lo mismo durante varios días, sin encontrarlo
nunca más.
VIII.
Como mi padre habla poco se demoró años en contarme
esta historia. Nunca lo oí reflexionar sobre ella ni cuestionarse sobre lo que
realmente había pasado con aquel hombre. Yo tampoco lo hago, por cierto. Me la
contó simplemente, así como la cuento hoy. Tal vez, incluso, con menos
palabras. Por mi parte, no le hice preguntas pues me pareció que no había nada
más que agregar. Que su significado, si lo tenía, estaba dado en las mismas
acciones y eso era todo. La historia de un hombre desde que aparece hasta que
desaparece, y luego el fin. Todavía pienso de esa forma.
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