Esas voces
que llegan desde la tv…
a veces olvido que son humanas.
Suenan mientras vivo
o intento vivir
sin escucharlas.
Tienen matices extraños
esas voces
y suelen reír, bromear
y hasta mostrarse sorprendidas,
mucho más
que el promedio habitual
de otras voces.
Fue un editor
por cierto
quien me obligó a escucharlas.
Me dijo que escucharlas
ayudaría
mucho más
a mi escritura
(a la comercialización de mi escritura)
que seguir leyendo a Dosto
una y otra vez.
Y claro,
yo acepté un poco sin pensar
y sin confesar, además,
que no leía a Dosto
desde hacía
varios años.
¡Pobre editor…!
Pasé meses enviándole textos de Dosto,
de Oé,
de Camus
y hasta de Boris Vian…
Todos me los devolvió
recordándome que encendiera la tv,
y que asistiera a baby showers,
bautizos, reuniones con ex compañeros,
matrimonios…
para que me empapara de aquello
que mis supuestos escritos
necesitaban.
¡Pobre editor…!
Si hasta me invitó a beber,
una vez,
con otros editores.
Dos de ellos habían leído
una novelita
que había escrito
hace veinte años
y supuestamente
querían conocerme.
Llevaban incluso un contrato
para que aceptara publicarla
y esperaban que yo
agradeciera,
como si fuese aquello
un gran regalo.
¡Pobre editor…!
¡Pobres editores…!
Pedí las seis botellas de vino
más costosas del lugar
sin que se atreviesen
a prohibirme nada.
Alcancé a terminar tres
antes de sentirme culpable
y abandonar de improviso
aquel lugar.
Horas después,
ya en casa,
desenchufé la tv
y la dejé en el patio.
Llovió esa noche,
por supuesto
y la tv se descompuso.
Volví a ponerla donde estaba
y desde entonces
no enciende.
Nadie salvo yo
sabe que no enciende.
¡Pobre editor…!
Sin saberlo había rechazado
a Dosto,
a Oé,
a Camus
y hasta a Boris Vian…
Y claro,
me sentí importante entonces
al saber que estaba
en esa misma lista…
A veces,
no sé bien por qué
me gusta sentarme frente a la tv
mientras su pantalla negra
refleja mi imagen
escribiendo.
Y claro,
de vez en cuando vuelvo a escuchar
una que otra voz
salir desde ese aparato…
y vuelvo a olvidar,
entonces,
que esas voces
son humanas.
El resto del tiempo
escribo, comparto con mi hijo,
hago y reviso material
para mi trabajo…
Y claro…
en el tiempo que me sobra
intento volver
a leer a Dosto
y comprender de esa forma
por qué sigo vivo
y por qué sigo haciendo
día a día
todo lo demás.
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