Plancha la camisa. Se la pone. Se le arruga.
También plancha el pantalón. Se lo pone. Se le
arruga.
Así lo hace por varios años.
Los días de semana, mayormente.
También hace otras cosas, por supuesto, pero elijo
hablar de esto.
Así lo hace hasta que un día decide no planchar los
pantalones.
Entonces, por supuesto, sus acciones se simplifican
y se reducen un poco.
Con todo, su vida no cambia gran cosa.
Los pantalones no se arrugan tanto, por ejemplo, y
además, tras el escritorio, se ven poco.
Parece una vida monótona, así como la cuento, pero
lo cierto es que es similar a cualquier otra.
Me refiero a que hace otras cosas que no son tan
difíciles de simplificar.
Por ejemplo: se junta con amigos, visita a su
familia y hasta de vez en cuándo consigue una pareja.
Respecto a ese último punto él mismo lo prefiere de
ese modo.
Le gusta estar así, digamos, sin complicaciones y
con noviazgos mínimos.
Le incomoda, en todo caso, no tener novia en
vacaciones.
Por aprovechar mejor el tiempo, mayormente y poder viajar
en pareja a algún lado.
Este año renovó el auto y va al día con el pago de
su departamento.
Dice “todo bien” cuando le preguntan cómo está, desde
hace varios años.
Cuando se mira al espejo antes de ir al trabajo no
ve sus pantalones.
Están un poco arrugados, simplemente, pero a quién
le importa.
No es como para que escribas un texto sobre esto,
me dice, un día que lo encuentro por la calle y conversamos un poco.
¿Escribes todavía?, me pregunta.
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