No sé por qué no reaccionamos de otra forma cuando
vimos aparecer la vaca en medio de la plaza. Supongo que nos sorprendimos, y de
cierta forma nos resultó algo llamativo de lo que poder hablar durante algunos
días. Los padres llevaron los niños, hubo algunas fotos y hasta celebramos cómo
sonaba el cencerro que tenía colgado mientras caminaba por el lugar.
Supimos que don Sergio era el dueño cuando le
comentó a unos niños que no era necesario ponerle nombre, que la vaca estaba
bien así y que podían decirle “vaca” o “doña vaca”, si querían, pero nada más.
El propio don Sergio la ordeñaba cada mañana, poco
antes que amaneciera y durante la primera semana estuvo cuidando que no fueran
a atacarla algún perro u otro animal, cosa que no ocurrió, finalmente.
Por las noches, veíamos cómo la vaca era llevada
hasta el patio de su casa, por don Sergio, y como este limpiaba la plaza en las
zonas en que la vaca había estado, durante el día.
Fue solo después de un par de semanas cuando el ruido
del cencerro comenzó a molestarnos y fuimos conscientes que la presencia de la
vaca traía consigo algunos inconvenientes, que le comunicamos al dueño del
animal.
Conversamos amablemente en esa ocasión, preguntándole
si tenía pensado algún plazo para que la vaca estuviera ahí. Y claro, él nos
dijo que la vaca sería sacrificada tarde o temprano, que ya tenía un arreglo
con gente de una carnicería que podía venir y faenar al animal, cuando él lo
indicara.
-¿Y cuándo va a ser eso? -le preguntamos.
-Apenas ustedes me digan… -nos contestó-. Ustedes se
ponen de acuerdo, me lo dicen… y de inmediato llamo a los de la carnicería que
se la lleven y la descuarticen…
Le agradecimos su buena disposición y quedamos de
avisarle. Mientras tanto, decidimos darle unos días más de vida al animal,
mientras conversábamos con nuestras familias sobre el acuerdo al que habíamos
llegado.
Ese fin de semana, hicimos una reunión entre los
vecinos para decidir una fecha concreta. Nosotros le avisamos y él llama de
inmediato, le explicamos a los vecinos que no habían hablado directamente
con don Sergio, a quien no invitamos a la reunión.
Hubo varias opiniones a favor y en contra, aunque
todos concordaban que la vaca no debía estar ahí. No es cuestión de matarla,
repetían algunos, pero no debería estar ahí. Como la discusión se alargó
demasiado, finalmente votamos, en secreto. En un papel escribimos quién le
comunicaría a don Sergio que se llevaran la vaca y en el otro quedamos de la
fecha exacta. Podíamos elegir entre: un mes más, dos semanas más o “mañana”.
Finalmente se eligió “mañana”, casi por unanimidad.
Y claro… mi nombre fue el que más se repitió cuando vimos quien debía
solicitarle a don Sergio que se encargara de la vaca.
Puse el despertador más temprano que de costumbre y
me levanté antes que amaneciera. Salí al jardín y me acerqué a la plaza. Don Sergio
estaba sacando la vaca y se disponía a ordeñarla.
-Ya no da mucha leche, pero es bien rica -me dijo-,
¿quiere probarla?
Yo acepté su invitación y minutos después él me acercó
un tazón de metal lleno de leche. Me sorprendió lo tibia que estaba.
Cuando terminé le devolví el tazón y me quedé de
pie, a un costado.
-Llamaré cuando amanezca -me dijo-. Creo que la
carnicería la abren a las 9:00. Supongo que se organizarán en traer un camioncito
y llevársela, para faenarla… Usted vaya tranquilo al trabajo, cuando vuelva la
vaca ya no estará acá…
Yo le agradecí con un gesto. Volví a casa y me
quedé un rato mirando a mi hijo, que dormía en su cama. Quedaban todavía diez
minutos para que fuese la hora en que habitualmente me levantaba, para ir al
trabajo.
Fueron muy largos, esos diez minutos.
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