El sueño era recurrente, pero irregular.
Me refiero a que lo recordaba con variables, sin
bordes nítidos y desconectado de experiencias específicas.
En el sueño, yo acuchillaba a un hombre.
Podía sentir como la hoja del cuchillo, movida con
violencia, lograba rasgar la ropa de aquel hombre y atravesar su piel.
Recordaba, sobre todo, la sensación del golpe y el
movimiento del cuchillo.
Algo así como rasgar una lona y encontrar tras ella
otra sustancia, menos uniforme, rígida por momentos… viscosa.
Como apenas tenía diez años por ese entonces, algunos
se preocuparon.
Me preguntaron detalles y me hicieron detallar el
sueño.
Tal vez pensaron en una violencia contenida u otras
posibles alteraciones.
Lo cierto es que indagando en el sueño -anotando
cosas al despertar y tratando de volver a él-, complementé un poco la
información.
Eran dos puñaladas, las que daba.
Una en una pierna, otra más o menos a la altura del
pecho.
Había un letrero en una calle que no alcanzaba a
ver, pero al menos reconocía que estaba en francés.
También logré dibujar el abrigo que llevaba el
hombre.
Con esa información intentaron armar algo.
Nunca, por supuesto, lograron determinar nada.
En tanto, el sueño dejó de ser tan recurrente, aunque
hasta el día de hoy, cada ciertos años, vuelvo a vivirlo de la misma forma.
Y es extraño, pero el sueño ya no me altera en lo
más mínimo.
Me refiero a que hago lo que debo hacer, como
siguiendo un guion ya aprendido.
Como si acuchillar a ese hombre fuese algo
necesario, para que algo más importante sucediese.
Tal vez me lo invento, por supuesto, pero esa es mi
impresión.
Me gustaría, por supuesto, tener algo más que
agregar: razones, reflexiones agudas… complejas interpretaciones…
Pero claro, cuando uno se escucha honestamente, lo que oye no es
literatura.
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