No está tan mal dormir tres horas diarias. Lo vengo
haciendo casi toda mi vida y ya ven. O sea… no ven, directamente, pero leen al
menos, de cuando en cuando. Mi salud no es peor de los que duermen ocho horas…
y mis inconsistencias tienen su origen en algo muy distinto a la cantidad de
horas que duermo. Lo comprobé hace un tiempo, cuando estuve cerca de un año
cambiando hábitos entre los que se contaba dormir unas pocas horas más y las cosas
no mejoraron mucho. Lo hice por varias razones, entre las que estaban las
palabras de un doctor que, tras hacer una serie de cálculos, me dijo que mi
cuerpo debía ser diez años más viejo que el de alguien de mi edad, debido al
desgaste y al trabajo que el estar despierto suponía. Tras esto, me enumeró una
serie de ventajas que traería consigo el dormir tres horas más. Algunas de ellas
me entusiasmaron y le hice caso. Entonces, durante varios meses dormí esas
horas más. Intenté verlo de aquel modo aunque lo cierto es que de vez en cuando
sentía que había reducido algo importante… De esta forma, cuando ya me había
acostumbrado a dormir unas horas más y no veía mejora alguna, fui de nuevo a
ver al doctor. Le expliqué que no me sentía más descansado y que la energía que
tenía, según mi percepción, era la misma. Tal vez deba intentar llegar a las
siete horas diarias, me dijo entonces, o a las ocho. Piense en su cuerpo
como un motor. Está hecho para funcionar despierto una cantidad de años. Usted
lo está gastando todo de inmediato. Miré en ese instante al doctor un
instante sin decir nada. Me pregunté si su calidad de vida sería mejor que la mía.
Observé con detenimiento el lugar en que atendía y lo vi mirar su reloj y sonreír
forzadamente. Usted está mintiendo, le dije finalmente, antes de irme. Ni
usted ni yo tenemos la autoridad suficiente para hablar de calidad de vida. Él
no agregó nada y yo me fui. Llegué a casa y esa misma noche volvía a dormir
menos. Tres horas menos, aproximadamente. Durante esas horas hice cosas que tal
vez fueron valiosas, o tal vez no. Por lo mismo (para mantenerlas en ese
estatus), ni siquiera las voy a mencionar acá. Como conclusión, diré que la
naturaleza es más cruel de lo que nos hace creer, sin duda, pero sabe lo que
hace.
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