I.
Ella gastó todo su dinero en comprar una moneda de
oro.
Una forjada a mano, de gran peso, que aparentemente
se había utilizado como pago hace más de doscientos años.
La moneda en cuestión tenía grabados un dragón, un
gallo y un perro, y al parecer la imagen habría sido trabajada en la misma
moneda, sin recurrir a un molde fijo.
Investigando, ella llegó a la conclusión que la
moneda pudo haber tenido su origen en Portugal, aunque nadie puede asegurarlo a
ciencia cierta.
II.
Ella viaja, desde que la compró, con la moneda de
oro entre sus cosas.
La ganó en una subasta, tras pujar con todo el
dinero que tenía.
Más allá del precio, ella siente que hizo un buen
negocio, pues desde entonces la moneda es lo único que tiene de valor.
Todo cabe en
una de tus manos, me dijo.
III.
Tras acostarnos, ella me dejó ver la moneda y poder
tocarla.
Calculé que pesaba poco más de 300 gramos.
En ella, el dragón parecía combatir con el perro,
mientras un gallo estaba parado atrás, como esperando el resultado.
Ya ha pasado
el tiempo –dijo entonces-, tú podrías
hacer lo mismo con tu biblioteca.
Reducirla a algo
que quepa en una de tus manos, me dijo.
Tal vez irnos
juntos, señaló.
Deseché la idea tras pensarla dos segundas.
Pero me dolió el pecho por haberlo pensado,
siquiera, durante esos dos segundos.
Dejé que se fuera, al otro día, y fingí dormir,
mientras ella seguía su camino.
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