I
El papá de un amigo era el hombre del tiempo. Salía
cinco minutos diarios, hacia el final de las noticias. No vivía con mi amigo,
pero pagaba el colegio todos los meses y le daba dinero a la madre. En ese entonces
pensábamos que eso lo hacía un buen padre.
II.
Una vez hablamos del asunto. Mi amigo contó que no
veía a su padre desde hacía seis meses. Sin contar las apariciones por tv, por
supuesto. De hecho, decía que a veces se imaginaba que era un invento suyo. Que
en realidad el hombre del tiempo ni siquiera existía fuera de la pantalla, o
algo así.
-Pero tienes fotos -recuerdo que le dije esa vez-.
Además lo ves cada cierto tiempo…
-Lo sé –dijo él, cortante-. Es una sensación. Claro
que es mi padre.
III.
Un día fuimos a escondidas al canal de tv. Él
recordaba haber ido una vez, con su padre, hace años, pero recordaba mucho del
lugar.
Lo esperamos fuera del canal, junto a su auto, para
verlo salir.
-Lo extraño es que cuando estamos juntos ni
siquiera le interesa el tiempo –dijo de pronto mi amigo-. Me refiero a que no
comenta nada de eso… no mira el cielo… no dice nada sobre el frío ni el calor…
-¿Y de qué hablan? –le pregunté.
-Pues no sé… -me dijo-. Yo creo que ni siquiera hablamos.
IV.
Dejé de ver a mi amigo ese año porque su madre se
casó con un doctor y se fueron al norte. En televisión, sin embargo, siguió
apareciendo el padre de él, nombrando las regiones y dando cifras y
pronosticando eventos.
A veces, cuando hablaba del norte, intentaba ver en
él alguna reacción, como si recordara que ahí estaba su hijo.
Nunca pude reconocer ninguna reacción, si soy
sincero.
Luego, sin que me diese cuenta, descubrí que lo
habían reemplazado por una mujer joven, bastante atractiva.
Desapareció,
recuerdo que pensé esa vez. Ese hombre desapareció totalmente.
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