Una vez, hace muchos años, a modo de juego,
enterramos a un amigo en la arena y luego se nos olvidó.
Era de noche, en una playa, y todos estábamos un poco borrachos. Fue entonces que él, debido
el frío según recuerdo, nos pidió que lo enterráramos en la arena, y nosotros
lo hicimos.
Le dejamos solo la cabeza afuera y luego seguimos
en lo que estábamos. Algo debe haber pasado entonces –que no recuerdo-, pero lo
cierto es que nos fuimos del lugar y este amigo quedó ahí, medio dormido, con
el peligro de la marea alta o de cualquier otro que prefiero no pensar.
Lo extraño de todo fue que verdaderamente lo
olvidamos. Me refiero que hasta el día después no recordábamos dónde había ido
nuestro amigo, y cuando lo vimos llegar,
pasado el mediodía, -pues había sido llevado a un chequeo de urgencia, por gente
de la armada-, lo recriminamos incluso por tenernos preocupados y no habernos dicho
nada.
Lo peor de todo es que él pensó que mentíamos y
también guardó silencio. Los días posteriores, sin embargo, como si película de
terror se tratase, comenzó su venganza silenciosa.
Cosas perdidas, ropas tijereteadas, cosas de
estilo. Lo grave para mí, en todo caso, superó a todos, pues me desapareció un
par de cuadernos que llevaba a todos lados, donde estaba escribiendo una novela,
a mano, de la que no tenía copia.
Recuerdo haberme desesperado pues no sabía que era
él. Recién unos días después, uniendo cabos, supimos y recordamos lo que había
ocurrido. Fue el último día antes de regresar a Santiago.
Lo peor es que no decía dónde estaba mi novela.
Solo repetía que ya no estaba y todos, más o menos, se reían de la venganza recibida
y se preparaban a dejar el lugar.
En mi caso, que había dedicado un año a aquello y
que sentía realmente importante, no paraba de preguntar por lo mío, pero cuando
vi que nos íbamos del lugar, ya casi subiéndonos al bus, amenacé con golpear a
mi amigo, pues el se limitaba a no dar explicaciones, ya decir sencillamente que “ya no estaba”.
Lo golpee y vacié su mochila. Me intentaron
detener, pero en principio no pudieron. Mis cuadernos no estaban en la mochila.
Me descontrolé, le partí la cabeza contra el cemento para que contara y luego
le quebré la nariz.
Para separarme me dieron con un palo en la cabeza y
terminé en la comisaría. El que me había desaparecido la novela estaba grave y
me denunció, principalmente para que pagara la operación.
Pasé dos días detenido y hasta fuimos a juicio.
Yo intentaba explicar lo de la novela, pero nadie
me tomaba en cuenta. Le pedí al juez incluso que le preguntara y él me dijo que
ese no era el centro del asunto, que si él había dicho que mi novela ya no
estaba con eso debía bastar. Me desesperé nuevamente, durante el juicio.
El juez condenó por los daños, y pidió que se me
sometieran a informes sicológicos. Me los hicieron y nuevamente nadie parecía
entender lo que yo había perdido.
-¿Eres consciente de que le quebraste la nariz a tu
amigo y que le partiste su cabeza contra el suelo? –volvían una y otra vez a
preguntarme.
Y claro, yo me desesperaba nuevamente porque no
había caso que alguien entendiera mi pérdida, y así ha sido hasta el día de
hoy.
Me dieron orden de alejamiento y yo solo pensaba en
cómo entrara a su casa a buscar mis escritos. Lamentablemente, un par de meses
después, resultó que su familia se fue a Canadá.
Yo, ingresé a escondidas a las casad de los otros dos
con los que estuvimos en el lugar, pero no encontré nada.
No volvimos a juntarnos, además, y parecían tenerme
miedo.
Yo, en tanto, volvía cada fin de semana a la playa
a buscar mis cuadernos. Le preguntaba a personas, pegué afiches, y hasta juro
que cavé en la playa, al azar, decenas de veces, pensando que tal vez los había
enterrado.
Casi un año duró esa búsqueda.
-Ya no están –me había dicho, y resultó ser cierto.
Lo extraño es que hasta el día de hoy, siento que
pueden estar en algún sitio.
Juro que esta historia es cierta.
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