Recibió una carta, años después. Ella le escribía
contándole de su nueva vida, lejos de la ciudad. La primera vez que la leyó, él
no comprendió mucho. Pasó su vista por cada una de las palabras como si fuesen
dibujos. Todos parecían regulares, ordenados, como si hubiesen podido ser
escritos por cualquier otra persona, desde aquella ciudad. Días después,
solamente, lo que había leído comenzó a adquirir sentido. Como si una voz al
interior de su cabeza hubiese comenzado a traducir, desde un idioma extraño, el
contenido del mensaje. Él esperaba algo único, doloroso incluso, pero lo que
esa voz le dijo, finalmente, resultó ser una historia de lo más común. Ella
hablaba de su trabajo, de un matrimonio, y hasta de un hijo que prontamente
comenzaría a ir a la escuela. Él ya sabía todo aquello, por supuesto, pero le
pareció que dicho de esa forma era una historia demasiado trivial como para ser
escrita. Buscó por ello algo más que aquella historia. Me cuenta cómo está, se decía, mientras pensaba en las palabras. La
leyó entonces varias veces, pero no encontró mucho más. Buenos deseos.
Justificaciones. Un poco de nostalgia, en el mejor de los casos. Era imposible
emocionarse a partir de aquellas palabras. Era imposible pensar en lo que el
entendía por amor, tras aquel
mensaje. Su conclusión fue esa. No había amor,
tras aquellas palabras. Y por lo tanto, según él, nunca lo había habido. Esa
era su lógica. No había amor a ninguno de los extremos de esa carta. La carta
era como un planeta en el espacio, pensó. Un planeta sin vida. No colisionará
nunca, durante su existencia. La historia que cuenta es elíptica y no pasa
cerca de nada vivo, realmente. Hay un sol frío, en su sistema. Un planeta deshabitado que gira en torno a
un sol frío, se dijo, como si lo viese girar, en su cabeza. Guardó la
carta. Por inercia la guardó. Como si hubiese sido parte de su trayectoria. No
la olvidó, es cierto, pero no volvió a tomarla. No le dolió. Nunca volvió a
leerla. No le afectó, prácticamente. Solo una vez, años después, golpeó una
muralla, molesto por no olvidar su contenido. Había bebido, aquella vez. No
rompió la muralla ni se quebró la mano. Bien podría no haberla golpeado, se
dijo. Fue entonces, sin embargo, que llegó la segunda carta. Semanas después
del golpe en la muralla, si soy preciso. Como si hubiese golpeado a una puerta.
Todo esto ocurrió hace años, según recuerdo. Nunca abrimos aquella carta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Seguidores
Archivo del blog
-
►
2024
(366)
- ► septiembre (30)
-
►
2023
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2022
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2021
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2020
(366)
- ► septiembre (30)
-
►
2019
(365)
- ► septiembre (30)
-
▼
2018
(365)
- ► septiembre (30)
-
▼
agosto
(31)
- Home.
- El mismo.
- Limones.
- Rayos.
- No tengo partes.
- El abuelo se levanta en las noches.
- Qué es lo que es.
- Una carta, años después.
- Ayer fui donde F.
- Un hombre muerto en el metro.
- Pavos reales.
- Disparar a una lechuza blanca.
- Bambú.
- El hombre del tiempo.
- Ella encontró una rana.
- Doce cucharas de palo.
- Ni en lo más mínimo.
- Estupideces.
- Dejar de ser.
- Una moneda de oro.
- Sin semillas.
- Intenté tocar la trompeta.
- Un paracaidista.
- Dos bocas.
- Sin disfraz.
- Llega una caja y yo firmo.
- Sin razones para no cumplirlo.
- Una historia cierta.
- No alimentar al panda (canción tradicional china).
- Ganarse la vida.
- Pastillas de colores.
-
►
2017
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2016
(366)
- ► septiembre (30)
-
►
2015
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2014
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2013
(365)
- ► septiembre (30)
-
►
2012
(366)
- ► septiembre (30)
-
►
2011
(365)
- ► septiembre (30)
No hay comentarios:
Publicar un comentario