Encontramos un ratón en el colegio.
Cerca de la sala de profesores, en una especie de bodega
pequeña, a un costado de le enfermería.
Se escondió tras unos muebles, mientras algunos lo
buscaban, haciendo ruido para que saliera del lugar.
Entonces me sumé a unos colegas que estaban tratando
de mover unos muebles, sin saber muy bien qué hacer
Bromeamos un poco; hablamos del ratón; cercamos el
lugar.
Supongo que todos esperaban que algún otro lo matara,
finalmente.
Como me di cuenta retrocedí un poco, acobardado.
Fue justo en ese entonces que tras despejar el
sitio, uno de los profesores se encontró frente a frente con el ratón.
El ratón era más grande de lo que creíamos.
El profesor lo miró, con un palo en la mano, pero
no se decidía a atacarlo.
Otra persona, en tanto, filmaba la situación.
Pasaron unos segundos el profesor dio un paso
adelante y el ratón parecía listo para saltar o intentar huir hacia algún otro
sitio.
No saltó, sin embargo.
En cambio, nos dejó perplejos a todos, lanzando un
gran grito
Y es que el ratón gritó, no hay duda, pero no se
trataba de un grito o chillido normal.
Se trataba en este caso, de un grito humano.
Más humano incluso del que hubiésemos podido lanzar
nosotros mismos.
Poco después, por cierto, mataron al ratón.
Nadie dijo una palabra sobre el grito.
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