Nunca encuentro al caracol.
Pero veo su huella cada mañana, en el jardín.
El recorrido es casi siempre el mismo.
Solo desconozco los extremos, y la dirección.
A veces lo observo a distintas horas, pero el
resultado es invariable.
Huellas sobre el pasto, en un sector con pavimento
y hasta encima de una piedra.
Siempre la misma piedra.
Y en cada ocasión, por supuesto, una huella que
parece fresca.
Tal vez, pienso entonces, ni siquiera exista un caracol.
Y todo esto sea en parte, un gran artificio.
Y claro… es entonces cuando además de cuestionar al
caracol, comienza uno a desconfiar de otras cosas.
Del origen de las huellas, por ejemplo.
Y hasta del jardín mismo, ya que estamos.
Sumar aquello que no encontramos, en resumen.
Poco más.
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