A Tatiana no le gusta cocinar, pero compró de todas
formas un set de pequeñas ollas que vendían en una tienda.
No supo bien por qué, pero se convenció pensando
que tal vez podrían serle de utilidad y además aprovechó que estaban con
rebaja.
Esa misma tarde compró sushi, para llevar, y cenar
en el departamento.
Mientras comía observaba el set de ollas, que
estaba sobre la mesa, frente a ella.
Son como muñecas rusas, pensó Tatiana, mientras
miraba las ollas, unas dentro de otras.
Tras esto, comenzó a sacarlas y a ponerlas ordenadas,
formando una fila.
Eran cuatro.
No exactamente iguales, por lo que más que muñecas
idénticas podrían tratarse más bien de una familia.
El padre, la madre, una hija y un hijo, pensó.
Esa noche, antes de dormir, llegó incluso a pensar
en pintar aquellas ollas, como una familia real.
Luego, sin embargo, se avergonzó de aquella idea.
De todas formas, aunque no llegó a pintarlas, las
ollas quedaron una al lado de otra, sobre un mueble como si se tratasen de un
adorno.
Fue por eso que un día le pregunté por ellas y
entonces Tatiana me contó lo anterior.
Si supiera que yo conté su historia se pondría
nerviosa y diría que no es cierto.
Y es que cuando está nerviosa, o quiere protegerse,
cambia hasta su nombre, y dice que se llama Isabella.
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