Se enojó porque quería pintar la casa blanca. Desde hacía años había querido hacerlo y nunca lo había realizado. Un
poco por dinero, pero mucho más por tiempo y porque de cierta forma le daban a
entender que era algo innecesario. No el pintar la casa, sino el pintarla de
blanco, específicamente. Mucho más si eso implicaba poner ese nuevo color por
dentro y por fuera, como él quería.
Ya comprar la pintura fue un problema. Resultó que fue
a hacerlo y descubrió que existían cientos de tipos de blanco. De hecho, le
ofrecieron un programa para poder crear el blanco exacto que quería para su
casa, con infinitas posibilidades. Estuvo semanas creando nuevos tonos, decidiendo.
Finalmente escogió un blanco que no tenía nombre, sino un número. De hecho, él pareció
más convencido del número que de otra cosa. Pensó incluso en la posibilidad de
inventarle un nombre a ese blanco, pero finalmente no lo hizo. Igual no
sería su verdadero nombre, pensó.
Para pintar la casa debió vaciarla prácticamente
por completo. Trasladó muebles y otras cosas a la casa de su madre y algunas
las dejó directamente en el jardín, tapadas, para que no se dañasen. En principio
había querido pintar él mismo, pero lo convencieron de contratar pintores calificados.
Luego, estos pintores lo convencieron de retirar la pintura antigua, para que
el tono que quedase fuese el correcto. Así lo hizo. Compró una serie de
productos e incluso una pintura de base, sobre la que luego debía colocarse el
blanco que había elegido. Le dijeron que el proceso completo debía durar al
menos una semana. Diez días probablemente. Él decidió quedarse en la casa,
durante esos días, mientras su esposa y los niños aprovecharon para irse de
vacaciones, a una playa cercana.
Pasaron muchas cosas durante esos días. Muchos
problemas que dificultaron el proceso de pintado y que llevó a que no avanzaran
al ritmo adecuado. Se demoraron veinte días, finalmente, y todo salió, además,
mucho más caro de lo presupuestado. Él pidió unos días extras en el trabajo,
sin goce de sueldo e intentó ayudar un poco. Enviaba fotos a su familia, pero
ellos ya notaban que estaba más molesto, así que solo le decían que todo se veía
bien, que estaba quedando bonito, que lo echaban de menos. Él, por supuesto, se
daba cuenta que ellos mentían, pero no agregaba nada. Cuando terminaron de
pintarla el la miró varias veces y no lograba convencerse que aquel fuera el
blanco que había elegido. Igual ya era tarde para cambiarlo.
Se enojó porque quería pintar la casa blanca,
explicaba la esposa a los primeros invitados que fueron al lugar luego que lo
hubiesen pintado. Desde entonces está así -agregaba la mujer-, como un
extraño. Dice que no era el blanco, que no era la forma, pero en el fondo yo
creo que no sabe qué es lo que le pasa. Los invitados escuchaban a la mujer
y se reían un poco, aunque aceptaban la petición que ella les hacía de no
preguntar detalles y hablar mejor de otras cosas, cuando él sacara el tema. Finalmente,
no resultó necesario, pues él estaba tan molesto que apenas y habló de cualquier
cosa, mientras preparaba la carne, en la parrilla. Para peor, mientras comían,
se dio cuenta que la carne se le había pasado un poco, y que tampoco estaba en
su punto. Poco después, la mujer lo vio salir, sin decir nada, pero pensó que
era para buscar unas cervezas o comprar algo en el almacén de la esquina. Ya
les dije que estaba molesto, les comentó a los invitados, al verlo salir. De
todas formas –agregó-, yo lo conozco... y creo que se le está pasando.
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