Tenía un amigo en la época de escuela. Lo llamaré
J. Más allá de varias historias que vivimos juntos y algunas características peculiares,
hacía algo que parecía inocente (al menos en ese entonces) y que él llamaba “dejar
la casa vacía”.
Cuando esto ocurría, J. parecía entrar en un estado
de trance, dejaba su vista fija al frente y no se movía en lo más mínimo. Luego
de un rato de estar así, volvía a ser el de antes, aunque no tenía ningún
recuerdo del tiempo en que estuvo de esa forma.
-Disculpen -decía entonces-, no sé de qué están
hablando… había dejado la casa vacía.
Pensábamos que era una manía suya o incluso algo
que fingía hacer para llamar la atención, pero como esto podía ocurrirle también
en momentos inoportunos (cruzando la calle, por ejemplo, o en medio de un
partido de fútbol), comenzamos a sospechar que no era necesariamente una “maña”
y que podía existir un problema importante bajo esa condición.
Una vez que hablamos en serio sobre el tema, me
dijo que al principio lo hacía voluntariamente y que podía “volver a casa” a su
antojo, pero que con el tiempo la situación había cambiado y solo pocas veces podía
manejar lo que ocurría.
-Ahora es la casa la que me echa un rato -me dijo
esa vez-, para ventilarse supongo, o para estar a solas… y luego me deja entrar,
nuevamente.
Luego de salir del colegio nos encontramos un par
de veces, de casualidad. Hablamos de varias cosas en esas ocasiones y entre los
temas que tratamos estuvo el de vaciar la casa, que ahora parecía
manejar por completo.
-Tuve varios tratamientos, pero ahora todo está
bien… -me explicó-, ahora cuando la casa está vacía puedo fingir que estoy
dentro… ya sabes… como dejar las luces encendidas cuando vas de vacaciones, o programar
el regado automático… luego regreso y nadie se ha dado cuenta de nada…
prácticamente no se nota la diferencia…
-Pero ahora -dije yo-, mientras conversamos… ¿podrías
estar fuera de casa, por ejemplo?
-Podría… -contestó-, pero no lo estoy… o creo que
no lo estoy, al menos…
Nos despedimos bien esas veces e intercambiamos números
de teléfono, pero nunca nos llamamos, finalmente.
En lo personal, no lo hice porque me pareció notar
en él cierta actitud distante… ajena, como si de cierta forma estuviese
deshabitado.
Él también, supongo, habrá tenido sus razones.
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