Entre otras cosas, el abuelo decía que jugaban fútbol
con pelotas de trapo. Hablaba de otra época y relataba algunas anécdotas que
había vivido hacía setenta años. Los niños lo escuchaban, aunque sin
entusiasmo, sabiendo que ese era el requisito que tenían que cumplir para
parecer buenos chicos y recibir su regalo. En el mejor de los casos hacían
alguna pregunta o se reían un poco, cuando en las anécdotas se mencionaba a
alguno de sus padres o se relataba algo que tuviese relación con el dinero que
había llegado a tener el abuelo, sus novias, sus viajes o los terrenos en el
norte, que se habían perdido con el tiempo.
Esta vez, sin embargo, a uno de los niños le quedó
grabada la idea de la pelota de trapo. Mientras el abuelo seguía hablando
comenzó a pensar de qué forma un trapo -porque sabia ciertamente lo que era un
trapo-, podía transformarse en una pelota, con la que jugar al fútbol.
No se puede, pensaba. Si enrollas un
trapo y lo haces pelota se desarma de inmediato. Tal vez el abuelo miente.
Fue un pensamiento sencillo, sin mala intención,
pero le quedó dando vueltas un bien rato. Incluso después de recibir su regalo
seguía pensando en la posibilidad de la pelota de trapo, y de paso, en la
posibilidad de que el abuelo no mintiese, como mentían sin duda todos los demás.
-¿Qué crees sobre la pelota de trapo? -pregunto
entonces el niño, a uno de sus primos.
-¿Qué pelota de trapo? -le preguntó su primo de
vuelta, sin prestarle atención.
-Lo que hablaba el abuelo… lo de jugar con pelotas
de trapo… ¿crees que era verdad?
El primo se levantó de hombros y siguió con lo suyo,
sin demorarse más en aquel asunto.
Igual es una tontera, se dijo el niño,
tratando de pensar en otra cosa. Si miente o no es cosa suya. No debiese
importar…
A pesar de decirse aquello, el niño siguió dándole
vueltas a la idea. A que las historias del abuelo pasaron a sus padres y que
luego tal vez él mismo se los contaría a sus hijos y a sus nietos, en el
futuro, sin importar si eran o no verdad.
Eso lo angustió un poco, durante el resto de la tarde.
-¿Todo está bien? -le dijo entonces el abuelo,
mientras se despedía de él, al final de la visita.
El niño lo miró directamente y por un momento estuvo
a punto de preguntarle por la pelota de trapo, pero finalmente no lo hizo.
-Todo bien -le dijo, bajando la vista-. Estaba
pensando en otra cosa…
-Yo sé en qué estás pensando -le dijo el abuelo,
acariciándole el pelo, como cuando era más pequeño-. Yo sé en qué estás
pensando…
Y el niño, aunque sabía que era absurdo, de cierta
forma se alegró.
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