Estaba sentado, sobre el pasto, leyendo un libro de
Robert Walser. No debía haber nadie en el lugar, pero de pronto llegó un
hombre. Cincuenta años, aproximadamente, delgado, bien vestido. Parecía estar
dando un paseo, simplemente. Llevaba un paraguas, cerrado. A primera vista me
había parecido un bastón, pues pensar en un paraguas resultaba absurdo, en
mitad del verano. Lo saludé de lejos y
seguí leyendo, pero el hombre se acercó. Usaba lentes y tenía bigote. Mirándolo
de cerca parecía andar disfrazado.
-¿Estamos aquí o estamos ahí? -dijo de pronto-.
¿Cómo se dice?
Yo no entendí al principio, por supuesto, pero por
el tono de voz pensé que el hombre podía no hablar bien español, y se trataba
de una pregunta lingüística…
-Estamos aquí -le dije.
-Ya -dijo él, mientras observaba el lugar.
Quise seguir leyendo, pero la situación era algo
incómoda. No podía obviar la presencia del hombre que se había quedado junto a
mí, como a la espera de algo, sin moverse en lo más mínimo.
-¿Y ahora? -me preguntó entonces, mientras miraba
su reloj.
-¿Ahora qué? -le pregunté.
-¿Estamos aquí o estamos ahí? -me dijo.
Lo pensé un poco antes de responder, pero finamente
respondí lo mismo que en la primera oportunidad.
-Estamos aquí -le dije-. Si no nos movemos siempre
estamos aquí.
-Grave problema -dijo entonces, mientras abría el
paraguas y comenzaba a alejarse-. Grave problema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario