B. decía que no existen decisiones buenas ni decisiones malas, solo decisiones.
Sonaba bien la frase, pero si lo pensabas con calma, no te ayudaba ni te
quitaba un peso en lo más mínimo.
Yo me hacía un lío, por ese entonces, ante cada decisión. Todavía, de
hecho, pero un poco menos. Daba lo mismo si eran decisiones que podían ser trascendentales
o una elección menor, el punto era que no decidía según mis propios gustos o
convicciones y lo hacía finalmente ante la insistencia de otros o por alguna
razón que me era ajena.
Fue así, supongo, que yo terminé vivo y B. muerto, después de
enfrentarnos -más o menos-, a las mismas circunstancias.
La historia, desde fuera, puede parecer entretenida y hasta da para el guion
de una película o algo así, pero como conocí a B., supongo que no es bueno
entrar en detalles y dejarme llevar por los giros de las acciones, que no
revelan, finalmente, nada importante.
Para el funeral de B., yo estaba afectado. Y como la hermana insistió
terminé por contarle aquello que decía su hermano, sobre las decisiones, y ella
mandó a escribirlo en la lápida. No existen decisiones buenas ni decisiones
malas, solo decisiones. También estaba su nombre y las fechas de muerte y
nacimiento. Él al menos había decidido uno de esos datos, pensé, la púnica vez
que vi la lápida. Fuimos con C. D. y E., al entierro, según recuerdo, pero
desde ese entonces, más o menos, hemos seguido todos por distintos caminos, y
no hemos vuelto a encontrarnos.
Nunca sabremos, supongo, quien tomó el camino correcto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario