Estuvieron un mes y medio cavando un pozo para
encontrar agua. Yo los ayudé la primera semana y luego les llevé el tiempo. Me
había dislocado un hombro y trizado unas costillas, tras una caída, así que no resulté
de gran utilidad. Luego de aquello les ayudé con los cálculos. Cuánto avanzaban
por día, humedad de la tierra según profundidad… cosas de ese tipo. No sé ni
para qué servían, aquellos datos. No parecía ir muy bien la excavación hasta
que el día 87 dieron con un pequeño río subterráneo. Comenzaron entonces a
sellar el pozo y a trabajar en el brocal y a medir la pureza del agua.
Compraron químicos para eso. Yo ayudé en el proceso, aunque principalmente seguía
siendo el encargado de los apuntes. El agua resultó limpia y podía beberse,
incluso, directamente. Todos probamos, como última prueba, y ninguno se
descompuso. Seis días después el pozo estaba operativo. Sacábamos agua en la
mañana y en la noche, y esta última salía tibia. Una noche en que salió más
caliente de lo habitual -yo me había acostumbrado a anotar cifras y llevaba la
cuenta de la temperatura-, descubrimos que venía una culebra roja, en el agua.
No medía más de 40 centímetros y era delgada. Le pusimos un nombre y la dejamos
viviendo en un barril. De vez en cuando movíamos el barril para que le diera el
sol y nos preocupamos de alimentarla. Uno de esos días, sin embargo,
descubrimos que no estaba. El barril había quedado tapado, pero debía haber
encontrado alguna forma de escapar. La buscamos durante algunos días, pero
mientras pasaban los días comenzamos a dudar ente nosotros. Lo hablamos una vez y fue peor. Las discusiones
siguieron por doce días. Yo hacía un resumen cada noche, como si llevara un
acta. Fue entonces que decidimos dejar la cabaña. Arreglamos ciertos temas
económicos y nos fuimos todos, el mismo día, del lugar. Tapamos el pozo y yo me
llevé dos cuadernos que había llenado de cifras, y de otros apuntes. Hoy los
encontré, de casualidad, y recordaba la historia. Ahora pienso que tal vez, en
el juicio, cuando tuvimos que declarar, hubiese servido llevar esos cuadernos. Y
es que si hubiese habido una muerte, sin duda algo habría aparecido en ellos, o
habría influido en las cifras, de alguna forma. Igual ya es tarde para eso, en
todo caso. A veces pienso que para darle un cierre a lo que ocurrió debo ir
hasta ese lugar y arrojar estos cuadernos en el pozo. Después de todo, soy el
último que queda y además yo soy quien tiene los cuadernos. Eso es lo que pienso, al menos.
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