I.
Encontré un perro pequeño, caminando bajo la
lluvia.
El perro tenía un collar que decía Kees Popinga.
No había número telefónico ni dirección en el
collar, así que me limité a poner un aviso en redes sociales y preguntar en los
negocios cercanos.
No conseguí respuesta alguna.
Llevé el perro a casa, mientras se resolvía la
situación.
Ya con más calma, buscando en internet, descubrí
por qué el nombre me sonaba familiar.
Se trataba del protagonista de una novela escrita
por Simenon, que había leído hace muchos años.
Recuerdo que fue la primera que me hizo poner más
atención en el autor, que hasta entonces solo conocía por algunas historias de
Maigret.
La novela, por cierto, era El hombre que miraba
pasar los trenes.
II.
Aclaro que prefiero no hablar, que hablar de esa
novela a la ligera.
III.
Kees Popinga, el perro, era tranquilo.
Se notaba que era un perro de casa, pues se
comportaba de lo más bien.
Me acompañó varios días en que seguí preguntando
por el sector si alguien lo conocía.
Una mujer, que vio el perro, me dijo que ella estaba
dispuesta a cuidarlo, si no aparecía un dueño.
La mujer vivía sola, según me contó, y quedamos en
que se lo llevaría después de una semana, si no había novedad.
Durante esa semana, seguí preguntando y no obtuve
respuestas positivas.
Por las noches, el perro durmió en mi pieza, y me
dediqué a leerle la novela de Simenon, que tenía medio olvidada, en mi
biblioteca.
El perro escuchó tranquilo, aunque me miraba más
atento, cuando leía en voz alta el nombre: Kees Popinga.
IV.
El perro se fue con la mujer sin poner reparo
alguno.
Nos miramos tranquilos, sencillamente, y si alguien
tuvo un poco de pena, fui yo.
Terminé de leer la novela en voz alta, aunque estaba
a solas en mi cuarto.
Finalmente, pensé que si escribiese un texto titulado,
La verdad sobre el perro Kees Popinga, era bastante probable que bajo
aquel título, no lograse escribir, siquiera una palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario