I.
Me gustan las cartas de Flaubert.
En ellas la máscara es perfecta.
Está adherida a la piel con tanta pasión que se
acerca a la verdad.
No sé si era posible acercarse más, de otra forma.
II.
Nada se desborda en las cartas de Flaubert.
Todo están justamente contenido.
Se desborda el Sena y no se menciona el Sena.
El equilibrio exige sacrificar la realidad por una
nueva.
III.
Novelarse a sí mismo.
Pincharse con cada palabra como en precisa
acupuntura.
Y si una aguja llega a sacar una gota de sangre o
verterla toda:
No velarse a sí mismo.
IV.
Me gustan las cartas de Flaubert.
Escuchar a los burgueses hablando de burgueses.
Sin falsedad ni afectación, aunque con un leve
toque plástico.
Un dolor leve que se evade: la espina de la rosa se
clava en un guante blanco.
V.
Un acuario con peces rojos.
No sabrían decirme qué es al agua.
Dios nos da de esa forma su opinión.
La naturaleza es la opinión de Dios, sobre la
naturaleza.
VI.
Pobre y simpático Flaubert.
Pone sus palabras en una cuchara pero no flecta el
brazo.
Desconoce incluso el verdadero filo de sus dientes.
Pica la carne en pequeñas porciones, y esas
porciones, vuelve a picarlas.
VII.
Me gustan las cartas de Flaubert.
Un cristal casi perfecto que siempre puede
quebrarse.
Entonces las esquirlas se incrustarían bajo las
uñas y en la piel.
Y la verdad, no la sangre, vendría hasta nosotros,
liberada.
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