Limpia las armas todos los días. Tiene dos. Un
revólver grande que había sido de su abuelo y una pistola automática pequeña,
que compró en una oportunidad a un hombre en una plaza. Tiene implementos para
limpiarlos y le gusta desarmar completamente las armas y luego volver a
armarlas. Calcula el tiempo, incluso, que demora en este proceso. Las armas
tienen munición, pero nunca ha disparado. Alguna vez pensó hacerlo, pero no
sabía bien dónde. Tiene un patio pequeño y vecinos que tal vez podrían
sospechar de él, y denunciarlo. De todas formas, una vez quiso hacerlo y
disparar al aire. En medio de la noche. Disparar simplemente y volver a
acostarse. Los vecinos probablemente escucharían el ruido, pero no sabrían de
dónde vino. Y no habría huellas, del disparo. Fue esa misma noche -en que no
disparó, pero estuvo cerca de hacerlo-, que comenzó a pensar que pasaba con ese
disparo. ¿Le llegaría a él mismo si disparaba verticalmente durante una noche
sin viento? Le dio vueltas al asunto y pensó que era posible. Eso le dio risa.
Pensó que era una forma estúpida de morir. Aunque morir era estúpido de por sí,
no importaba tanto la forma. Mientras armaba y desarmaba las armas al día
siguiente seguía pensando en aquello. No tanto en la posible trayectoria de la
bala sino en la idea de sufrir una muerte estúpida. No había pensado mucho en
eso antes. En su propia muerte, digamos. Por otro lado, pensó también que si la
muerte era estúpida podía volver estúpida la vida que cortaba. Como una
película genial, pero que termina de forma ridícula… ¿acaso no pasaba a ser una
película ridícula? Se dio cuenta entonces que por estar pensando esas cosas olvidó
tomar el tiempo que demoraba ese día. Tenía un récord para el armado y
desarmado y trataba de superarlo, si era posible, cada día. Ahora había
terminado de armarlas y no lo había tomado. Se quedó así, entonces, con una
pistola en cada mano y mirando el reloj en que calculaba su tiempo, que seguía funcionando,
en la pared. Tal vez debía pensar algo, sobre el tiempo que corría, pero no
sabía qué. Lo intentó durante un par de minutos, pero no se le ocurrió qué se
podía pensar, sobre el tiempo. Mientras eso ocurría, sintió que uno de sus
dedos comenzaba a tensarse, sobre el gatillo. Vivir era estúpido, también, si
lo pensabas de esa forma. Una mosca, que caminaba sobre la mesa, parecía
mirarlo directamente a él. Era lunes. No hubo disparos, finalmente. No ese día, al menos. Para
qué.
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