I.
-Se te queda algo –me dijo.
-¿Qué…? –pregunté.
-Digo que se te queda algo -repitió.
Yo mire el lugar donde estaba, pero no veía nada en
especial.
-Encima de la mesa, parece… -agregó.
Yo mire, pero seguía sin reconocer nada, salvo
servilletas, las botellas vacías, un par de vasos…
Como me dio vergüenza hice como que encontraba algo
y me dispuse a salir del lugar.
-Gracias –le dije al salir.
-De nada –me contestó-. Además contigo es fácil:
siempre se te queda algo.
II.
Ya al llegar a casa sentí que era cierto lo que me
habían dicho.
Se me había quedado algo.
No es que recordara qué en todo caso, sino que tuve la impresión que
algo importante faltaba.
Revisé mis cosas, me miré al espejo… y hasta fui a
la biblioteca, pero en ella solo faltaban los libros que de vez en cuando les
presto a mis alumnos.
Sin embargo, por más que no descubriese qué podía
ser, me dormí con la angustias de haber extraviado algo importante.
En algún lugar.
Quién sabe cuándo.
III.
Esa noche soñé que alguien me exigía que le
entregara algo.
Tampoco entendía qué, así que esa persona me revisó
por todos lados para comprobar que no andaba trayendo aquello que buscaba.
-¿Qué has hecho con lo que te entregué? -, me decía
entonces aquella persona.
-Creo que lo enterré –le dije-, en algún lugar,
para que no se dañe.
Y claro, justo entonces desperté, y comprendí poco
a poco, de qué iba todo esto.
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