I.
Le di el pésame por la muerte de su hijo a la
vecina equivocada.
Mi hijo está
vivo, me dijo.
Tal vez,
le dije yo. En algún sitio.
No hueón,
agregó. Está ahora mismo en su pieza,
para no ir al velorio del hijo de tu otra vecina.
Ah, dije
yo.
Y fui donde mi otra vecina.
II.
Mi otra vecina lloraba desconsolada, sentada en un sillón.
Quise esperar a que parara de llorar para darle el
pésame.
Treinta minutos esperé, pero no se detenía.
Casi a los cuarenta hizo una pausa.
Entonces me acerqué.
Lo lamento,
le dije. Esteban era un muy buen niño.
No murió
Esteban, me aclaró.
Murió Rolando,
el más grande.
Como no me acordaba cómo era Rolando fui a verlo al
ataúd.
Es cierto,
le dije. No es Esteban. Es Rolando.
Ella volvió
a llorar.
III.
Rolando me debía un libro de Pessoa.
El libro de versos de Álvaro de Campos.
Para recuperarlo dije que iba al baño, pero fui al
cuarto de Rolando y saqué el libro.
Como es grande no podía ocultarlo así que me vieron
luego con él.
Antes de irme, algunos pensaron que quería leer
algo y se reunieron en torno a mí.
La situación era bastante incómoda.
Yo no escribo
ni leo para los muertos, les dije.
No hay comentarios:
Publicar un comentario