Soñé que mi casa tenía un gran patio.
Y que por ese patio pasaba un pequeño río.
Y las paredes que dan hacia los vecinos estaban
socavadas para que el río fluyese.
Entonces, sentado junto al río, me disponía a
leer cuando veía que alguien venía
nadando por el río.
Un alguien indefinido, pero vestido con ropa de
oficina, que nadaba suavemente y que pasaba por mi patio.
Yo lo saludaba, recuerdo, y él también lo hacía.
Luego que pasaba a la otra casa, sin embargo, me
daba cuenta que se había llevado mi libro.
Y no se mojaba el libro mientras él lo iba
hojeando, nadando de espaldas.
El primero que se llevó era uno de José Agustín.
Extrañamente, en el sueño, no me sentía molesto con
el nadador, sino que hasta sentía justo que él tuviese mi libro.
Estará mejor con él, pensaba, e iba por otro.
Sacaba entonces un libro de Baricco.
Y justo cuando comenzaba a leerlo volvía a pasar
aquel hombre y también se lo llevaba.
Y claro, yo no intentaba detenerlo ya que volvía a pensar
que el libro estaría mejor con él.
Luego, en el sueño, no solo iba por otro libro,
sino que me preocupaba de envolver su cubierta en una especie de bolsa, para
que no se dañara con el agua.
En esta oportunidad el libro era de Faulkner.
Extrañamente, el hombre no pasaba nunca, mientras lo
esperaba.
Así, cansado de esperarlo, me dispuse a leer.
Y justo entonces, cuando abría el libro, el hombre apareció
de golpe y se lo llevó, agradeciendo con un gesto.
Poco después, ya a medio despertar del sueño,
decidí que de soñar de nuevo con lo mismo, yo sería el hombre que va por el
río.
Otro día les cuento, si resultó.
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