Ella se fue de viaje y me dejó las llaves para que
fuese a regar sus cactus.
Tenía una gran colección, etiquetada con información
donde se indicaban sus características y procedencia, ubicados en distintos
sectores de la casa.
Me pidió que fuese una vez por semana, aunque en
realidad algunos cactus no necesitaban recibir agua, en cada una de las
visitas.
Me dejó así una lista, con indicaciones para cada
uno de los trescientos cincuenta cactus que tenía y que yo, siendo sincero, no
miré con mucha atención.
Así, resultó que a los tres meses –ella estaría
fuera del país durante seis-, algunos de ellos tuviesen una mala apariencia, lo
que llevó a que me preocupara más de ellos, buscando los apuntes que me había dejado
y hasta mandándole fotos con imágenes de algunos, que me preocupaban un poco
más.
Comenzó así una serie de nuevas tareas relacionadas
principalmente con cambiar su ubicación, aunque también incluía nuevas
variaciones en el régimen de regadío y hasta la recomendación de trasplantar
algunos, a recipientes un poco más grandes.
No le dije a ella, pero esto me llevó a quedarme a
dormir, algunos días, en su casa, y a obsesionarme un poco con el tema, sacando
fotos a los especímenes más extraños –por voluntad propia, por supuesto-,
durante el último mes en que estuvo viaje.
Tiempo después, cuando llegó, ella me agradeció el
trabajo, me contó de su viaje y hasta tuvimos sexo unas cuántas veces, aunque sin
comprometernos en algún tipo de relación.
Un mes después, sin previo aviso, supe que ella se
iba nuevamente, esta vez por varios años.
No supe que decir, salvo preguntarle por los cactus,
pero ella me explicó que se los había vendido a una mujer que hacía ventas de
plantas por internet, con relativo éxito.
Nos juntamos una última vez, antes que se fuera, en
su casa… aunque esta vez ya no tenía ningún cactus.
Luego, no volvimos a vernos, ni supe nunca algo más de ella.
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