Fantomas se disfrazaba para salir a la calle.
Y siempre con rostros distintos.
Así en cada una de sus historias.
No era un personaje de mi época ni fue muy famoso
en mi país.
Pero de vez en cuando uno encontraba revistas en
alguna feria y poco a poco comenzó a interesarme.
No entendía bien de qué iba el personaje y solían gustarme las historias más extrañas.
Por ejemplo, recuerda una historia en que el doctor
Semo psicoanalizaba a un robot.
Fantomas,
Semo, el psicoanálisis y el robot C-19, se llamaba.
Todo se iniciaba, según recuerdo, porque el robot
llamaba Memo a Semo, y el doctor
quiso investigar sobre aquel lapsus, que le resultaba bastante incómodo.
Entonces, ocurrían una serie de eventos que
derivaban en que el doctor descubría la razón, aunque con eso no lograba
resolver que el robot lo llamara de la forma correcta.
Finalmente, Fantomas se preguntaba sobre cuál era la
ventaja de conocer el origen de nuestros problemas, si ese conocimiento no
permite superarlos.
Eso decía en la última página, más o menos.
Y claro, supongo que frases como esas, sumado a la
idea de ser siempre alguien distinto frente a los demás, me hizo por entonces
querer ser como Fantomas, y adoptar algunas de sus costumbres.
Hoy, sin embargo, sé que bajo los disfraces que
usaba Fantomas, no estaba, necesariamente, Fantomas.
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