Un amigo regresa al país tras cuatro años en
Australia.
Tomamos unas cervezas mientras cuenta algunas
historias sobre su vida en aquel lugar.
De vez en cuándo muestra alguna foto y yo la
observo, cada vez con menos atención.
Nunca supe entender bien a qué fue y lo cierto es
que tampoco comprendo a qué vino.
Tras la tercera cerveza se lo pregunto,
directamente.
Él me dice que no sabe, pero que sin duda es la
misma razón.
Siempre es la
misma razón para todo, me dice.
Luego recordamos algunas cosas.
Casi siempre son las mismas cosas.
Le cuento de mi hijo.
De mi trabajo.
De mi propia Australia, digamos.
Hasta con canguros y koalas propios.
El día que
entendamos las cosas van a cambiar las cosas, dice de pronto, como si
intentase explicar algo.
Y entonces
nuevamente no vamos a entenderlas, digo yo.
Algo que tampoco comprendemos nos alegra,
extrañamente.
Abrimos la última cerveza.
La hacemos durar un poco más, aunque ya no hablamos
mucho más.
Tal vez
cuando pasen algunos años quiera volver a Australia, me dice, cuando nos
despedimos.
Yo sé que está mintiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario