No hay dinero en las alcantarillas.
Un amigo trabajó limpiándolas y tenía la esperanza
de encontrar algún objeto de valor.
Incluso el contrato que firmó hacía referencia al
posible encuentro de especies valiosas y el protocolo que debía seguirse.
Mientras limpiaban, un compañero le contó que un
antiguo trabajador había encontrado un par de lingotes de oro.
Entre los trabajadores, por cierto, se transmitían varias
historias así.
Sin embargo, durante los tres meses que mi amigo trabajó
en eso, no logró encontrar algo de valor.
Ni siquiera le sirvió para decir que allá abajo, en
medio de la oscuridad, se encontró a sí mismo.
Solo mierda, ratones y de vez en cuando algo que
resultaba mejor no sacar a la superficie.
Restos de un feto, por ejemplo, en una pequeña bolsa
de género.
O una mano humana, descompuesta, que se estaban
comiendo unos ratones.
De eso no había que informar, le advirtieron, o
tendría que prestar declaración y pasaría a complicarse en un proceso que no
traía a nadie beneficio alguno.
No van a revivir al feto, le dijeron.
Esa mano no volverá a coserse a la muñeca, le
dijeron.
Fue así que, luego de tres meses, mi amigo decidió
emprender otros rumbos.
Y siguió siendo el mismo, y contando ahora una
nueva experiencia.
No hay dinero en las alcantarillas, decía, y
comenzaba su historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario