Un amigo que tiene tres hermanos, prácticamente de
la misma edad, me cuenta que de pequeños intentaron una vez encontrar petróleo.
Creo que habían visto una película de un tipo que se hacía millonario de esa
forma y les había dado por cavar en el patio de su casa. Así, con unas palas de
juguete y alguna herramienta pequeña, estuvieron varios días haciéndolo a escondidas,
mientras sus padres regresaban del trabajo. Para que no los descubrieran, por
cierto, tapaban la excavación con unos cartones, pues querían, al parecer,
darles una sorpresa a sus padres.
No avanzaron mucho, por supuesto, ya que a los
pocos días se encontraron con una capa de piedra contra la que poco pudieron
hacer, deteniendo así su trabajo.
Lo que me llama la atención, sin embargo, es la
conclusión a la que legaron, ya que mi amigo me cuenta que, al chocar con la capa
de piedra, creyeron habían dado con huesos. Y no precisamente con huesos de
alguien enterrado, sino con los huesos del mundo.
-Puede sonar absurdo –me dice-, pero estábamos
seguros que habíamos chocado contra los huesos del mundo. Como si el mundo
fuese un animal al que le hubiésemos hecho una herida, hasta llegar al hueso.
Por lo mismo, volvimos a tapar aquella herida y hasta nos sentimos mal por lo
que habíamos hecho.
Luego me cuenta otras historias de su infancia que
poco me importan a lado de la anterior. Luego nos despedimos, y él se va.
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