I.
Los japoneses inventan un dado que, tras ser
lanzado, no deja de rodar.
Creo que tiene un peso interno que desequilibra
constantemente al objeto impidiendo que se estabilice y quede en reposo.
Mallarmé habría estado feliz, de cierta forma.
Un poco como esos dados.
II.
La palabra feliz no debe quedar en reposo.
Se agrieta, se pudre y nos hace desconfiar de
nosotros mismos.
Nosotros, sin embargo, no somos palabras.
Por esto, toda desconfianza resulta injustificada.
No somos palabras, repito.
Y tampoco somos dados.
III.
Los japoneses llevan la tecnología de esos dados a
unos trajes para humanos.
Los usan en un
programa de concursos que dan por televisión.
Entonces los participantes son echados a rodar en
una pista gigante llena de obstáculos.
Intentan detenerse sobre unos premios, pero les
imposible en lo absoluto.
Poco más de trece horas seguidas ha sido lo que
estuvo rodando una persona con esos trajes.
La tuvieron que detener pues se detectó una
emergencia cardiaca.
IV.
Mal armé mi vida, Mallarmé.
Y lanzo los dados con la esperanza de ser yo el arrojado
por ellos.
Y los japoneses inventan cosas y hasta un dios de
neón.
Y tú juegas
a creer y a no creer, mientras te arreglas el bigote.
¡Si hasta el amor es una palabra Mallarmé…!
¡Qué ganas tengo de creer en algo…!
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