“Y nos negamos firmemente
a llamar poesía a la oscuridad”
L. C.
En la oscuridad se arrancan los esclavos.
Uno piensa que no tiene
y hasta aboga por sus derechos,
pero de pronto ves arrancar alguno
que lleva el signo de tu propiedad
marcado en la piel,
y es entonces cuando todo aquello
en que creías creer
se viene abajo.
En mi caso, por ejemplo,
apenas vi correr a uno
salí de mi casa
sin detenerme a pensar.
Busqué un cuchillo.
Corrí a la calle.
Incluso un vecino que apenas conocía
me prestó sus perros ,
que él mismo había adiestrado
para ocasiones como esta.
No se confíe,
me dijo.
A veces se piensa que solo ha
huido uno
y nos encontramos luego
con que la cuadrilla completa
nos ha abandonado.
Yo asentí.
Sin entender, yo asentí.
Y es que en el fondo
ni siquiera sabía que tenía alguno,
me dije,
mientras corría tras él,
prácticamente a oscuras,
siguiendo a los perros
entre las calles.
Afortunadamente,
pocos minutos después,
los ladridos de los perros me avisaron
que lo habían cercado.
Lo tenían contra una pared,
aparentemente herido,
agachado y temeroso.
Cabizbajo.
Por favor aleje los perros,
me dijo,
sin levantar la vista.
Puede castigarme cuanto desee,
pero no deje que vuelvan a
morderme.
Tú no me dices que hacer,
me escuché gritar entonces,
para mantener el orden.
Y claro,
los perros al oírme dejaron de ladrar
y el esclavo se puso de pie
y volvió cojeando hasta la casa.
Luego, ya en casa,
pasaron unas horas
y las cosas comenzaron a calmarse.
Me duché.
Planché mi ropa.
Dejé listas las cosas para el trabajo.
Finalmente,
puse el despertador
y le preparé comida a los perros,
para devolvérselos mañana
a mi vecino.
Entonces fue que escribí:
En la oscuridad se arrancan los esclavos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario