Veo dos moscas.
Veo dos moscas en un vidrio.
Dos moscas en un vidrio jugando al cachipún.
Las miro atentamente.
Una saca piedra y la otra papel.
La que sacó piedra parece molesta.
La que sacó papel parece darle alguna orden.
Entonces la que sacó piedra vuela desde el vidrio y
se me posa en un brazo.
Antes de que yo reacciones regresa al vidrio, junto
con la otra.
Se ponen frente a frente y vuelven a jugar al cachipún.
Ahora la que sacó piedra saca tijera y la que había
sacado papel saca piedra.
Entonces la que ahora ha sacado tijera parece aún
más molesta.
Y claro, la que ahora sacó piedra parece
encomendarle alguna misión.
De inmediato, la que en última instancia sacó
tijera vuela hasta mí y se me posa en la nariz.
Luego, nuevamente antes de que reaccione, regresa
junto a la otra mosca.
Se disponen a jugar nuevamente.
Es en ese instante cuando comprendo lo que están
haciendo.
Así, mientras las veo jugar intento pensar contra
quién dirigir mi venganza.
¿Contra la que pierde y es enviada hacia mí, o
contra la que da las órdenes, tras vencer, desde el vidrio?
No alcanzo a responderme cuando la que ya ha perdió
dos veces es derrotada por tercera vez.
De inmediato, me pongo de pie, no dándole tiempo a
reaccionar ni acercarse hasta mí.
Entonces, de un solo movimiento atrapo a las dos
moscas con una de mis manos.
Voy hasta la cocina, saco un vaso de vidrio y las
dejo en él, bloqueando su abertura.
Luego, les busco la mirada tras el vidrio.
Parecen entenderme.
Contamos hasta tres y ellas sacan tijera y yo
papel.
Las veo abrazarse, dentro del vaso, por su
victoria.
Yo, en tanto, las dejo que festejen un rato antes
de iniciar represalias.
Y hago una pausa, para escribir en el blog.
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