“Los hombres huecos, pensó.
Debimos haber consultado poesías”.
Ph. K. D.
Ph. K. D.
Vivimos en la fábrica durante tres semanas.
Despejamos unas oficinas y las limpiamos para
evitar cualquier problema.
Yo en una oficina y ella en otra.
Ambos llevamos sacos, pero ella además una almohada
y un par de frazadas.
Con la excusa del frío, sin embargo, comenzamos a
dormir juntos desde el tercer día.
Los ratones se alejaron hasta las salas más lejanas
y solo quedamos nosotros y un centenar de figuras de yeso.
La mayoría eran figuras incompletas, con algún tipo
de daño que impidió venderlas en su momento e incluso desanimó a quienes las
robaban.
Ella sacaba fotos y yo escribía.
Habíamos llevado comida y en la fábrica todavía
había agua y hasta funcionaban unas duchas.
Tal vez eso facilitó las cosas.
Ella estaba contenta con sus fotos y yo alcancé a
escribir cerca de trecientas páginas.
Todo estaba bien hasta que un día a ella la mordió
una rata.
No pensamos en la gravedad, pero a las horas tuvo
fiebre y tuve que llevarla a urgencias.
Ahí fue necesario contactar con su familia.
Ellos entonces denunciaron y me detuvieron detenido
durante un par de días.
Luego se desestimó el asunto.
Los padres se la llevaron a México por unos meses y
ella luego se arrancó hacia Cuba.
Ante el apuro, nunca volví a recuperar mis escritos
y supongo que ella tampoco lo hizo por su cámara.
Además, a los pocos días cerraron definitivamente
la fábrica y semanas después comenzaron a construir un edificio de
departamentos.
Tal vez solo fue una excusa, pienso ahora, para
vivir unas semanas entre figuras de yeso.
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