I.
Día a día desaparecen cosas.
Desaparecen cosas y otras aparecen.
Como no las apreciamos lo suficiente, ni siquiera nos damos cuenta.
Ojalá fuese simplemente porque son cosas.
Pero tal vez desaparecen justamente, porque no las apreciamos lo suficiente.
II.
En mi caso suelo numerar las cosas.
Las numero y así logro percatarme.
En la biblioteca, por supuesto, aunque ocurre ciertamente en todo
ámbito.
Entonces reviso secuencias y descubro que faltan números.
Y el vacío es, de esta forma, quien me avisa de la desaparición de
algo.
Alabado sea entonces, el vacío.
III.
Investigando sobre el fenómeno encontré un gran número de referencias.
Estudios, encuestas, informes y hasta un puñado de interpretaciones.
Y aprendí entonces que además de las cosas
desaparecen también otra serie de elementos intangibles.
Entre estos se cuenta, por ejemplo, el vínculo que nos une a ciertas
cosas.
Cosas que amamos y cosas que odiamos, por ejemplo,
se transforman de esta forma
solo en cosas.
Pero no me preocupo de las cosas que odiamos.
IV.
No son muchas las conclusiones a
las que se puede llegar sobre esto.
Además, casi todas resultan cursis
y parecen apelar a algo en nosotros que también se ha perdido.
Y es que algo está mal, sin duda,
si las cosas que amamos desaparecen.
Sin embargo, me atrevo a decir que algo está bien
si sabemos reconocer,
antes que desaparezcan,
cuáles son esas cosas.
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