I.
Dibujo un cuadrado y lo observo.
De verdad dibujo un cuadrado y lo observo.
Podría escribirlo y no hacerlo y por eso lo aclaro.
Porque no me gusta mentir, de hecho, dibujo el cuadrado.
Porque esa es la única verdad de la quiero hablar, en esta ocasión.
Y quiero exponerla, ante ustedes, sin vergüenza.
II.
El cuadrado es pequeño y está, más o menos, en el centro de una hoja.
Debo hacer muchas otras cosas, pero elijo dibujar el cuadrado.
En este sentido, ese cuadrado representa lo que elijo hacer, con mi
vida, en ese momento.
Y claro, de paso también representa lo que elijo no hacer.
Por eso algo duele cuando observo ese cuadrado.
Porque de cierta forma es un pozo pequeño y una celda.
III.
Si pudiese, abrazaría ese cuadrado.
Pondría incluso mi cabeza sobre él, y pediría una caricia.
No necesito un rostro ni una voz, me bastaría con ese cuadrado.
Unos minutos, tal vez.
Un minuto, incluso.
O poco menos.
IV.
Parece pequeño, pero Dios cabe en ese cuadrado.
Mi vergüenza cabe en ese cuadrado.
Lo que esperé de la vida, alguna vez y lo que he intentado dar otros.
Todo cabe en ese cuadrado.
El universo y su silencio.
Y hasta la gran pregunta.
V.
Observo el cuadrado.
Lloro un poco ante él, como ante ustedes.
Me repongo y escribo y apoyo mi mano sobre él.
Espero un milagro.
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