Convencido de la necesidad de identificar diferenciadamente
algunas cosas o seres de mi entorno,
para que sean entidades singulares en el proceso de significación, me he dedicado
hoy a dar nombre a los siguientes ítems, de la forma en que se indica:
A un reloj de pared que compré hace varios meses y que
he decidido no habilitar ni colgar en sitio alguno, lo he llamado Señor Feudal.
Al vinilo de un cantante de tango finlandés, que
tiene justo una curvatura durante los coros del último tema del primer lado, lo
he llamado Médula Espinal de Garza Gris.
A un libro sobre el impero hitita que está
encuadernado al revés y que trae erróneamente ilustraciones de iconos rusos, lo
he llamado Ciclo Brayton de Dispersión Elíptica.
Al grillo que se esconde detrás del mueble donde
guardo revistas Mecánica Popular de los años setenta, lo he llamado Pequeño Kreutzberger.
Al bonsái seco que está en una base azul junto a
una ventana del segundo piso, lo he llamado Silencio
de Chuck Norris.
A la caja de madera donde alguna vez guardé cartas
y otros escritos personales, lo he llamado Eufemismo
Transilvano.
A los guantes de niño que encontré
inexplicablemente bajo la cama, los he llamado Pasos indecisos en la Nieve.
Al gorila de goma de los años treinta que compré en
una feria en Río Bueno, lo he llamado Verso
triste de Hiroito.
A los cuatro calcetines huachos que van quedando en
el segundo cajón de la cómoda, los he llamado Corazones de pulpo.
A la biblia que está en el mueble a los pies de la
cama, bajo las fotocopias de las traducciones de las piezas No, la he llamado Siderurgia
Frágil.
Al blog dónde escribo cada día, desde hace más de
siete años, lo he llamado Ordenarlabiblioteca.
Por último, a la sensación que precede el instante
previo al fin de cada día, lo he llamado Dios.
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