Serví exactamente hasta la mitad dos vasos con
agua.
Luego de hacerlo los puse sobre una mesa, que está
en el patio.
Asigné entonces un vaso para Dios y otro para el
Diablo.
Dibujé una cruz en el vaso de uno y una cruz invertida
en el vaso del otro.
Entonces los llamé.
Por largo rato los llamé, pero ninguna acudía a su
cita con mis vasos.
Tras horas de intentos llegó -quién sabe si en
representación de alguno-, un gato.
Se acercó a ambos vasos, pero no bebió.
Luego se tendió a dormir, sobre la mesa.
Yo lo miraba a cierta distancia, para no
interrumpir el experimento.
Además, como les decía, yo estaba esperando que
llegase Dios o que llegase el Diablo, y quería sorprenderlos.
Pasaron así un par de horas.
Ninguno de los invitados llegó, por supuesto.
Debido a esto, fui yo mismo quien, finalmente, se
bebió el agua de esos vasos.
Al acercarme a hacerlo, sin embargo, el gato se
despertó y se mostró agresivo.
Ante esto, intenté calmarlo, pero recibí, en
cambio, un profundo rasguño en una de mis manos.
Y claro, fue recién entonces que bebí el agua de
ambos vasos.
El agua de uno de ellos, por cierto, tenía un leve
sabor a maracuyá.
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