Como no me gusta planchar debo buscar alternativas.
Lamentablemente, en mi trabajo, ya estoy
acostumbrado a ir con camisa y eso es algo que lleva a planchar a diario.
Por lo mismo, si trabajo, planchar camisas es sin
duda un acto obligatorio.
Por esto, hoy mientras miraba las camisas ya planchadas,
proyectaba dificultosamente, una forma de no volver a plancharlas.
Tras un par de horas buscando alternativas llegué a
la conclusión que la forma más efectiva de no tener que plancharlas nuevamente,
era simplemente no arrugarlas.
Y claro, para no arrugarlas ocupé otras dos horas y
llegué a la conclusión que no hay que ponérselas, y, desde, que no hay que
trabajar.
Siguiendo esta lógica, por cierto, llegué también a
la conclusión que el cuerpo mismo se arruga menos si no lo usamos.
Ídem el celebro, y hasta el espíritu, para los que
crean, de cierta forma.
Ante esto, desde hace unas semanas, diseño una
serie de normas y recomendaciones para evitar cualquier tipo de desgaste y/o
arruga no deseada.
Todas estas formas, sin embargo, apuntan al
desarrollo de una forma de vida del todo austera y carente –en lo posible-, de
movimiento y emoción.
Todo esto, como verán, básicamente porque no me
gusta planchar.
Ámbito a rectificar, lo admito, pero presente en cada uno de nosotros.
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