Para diferenciarla de las otras, la llamábamos la
casa casi abandonada.
Estaba junto a otras casas habitadas y cerca de una
100% deshabitada, por lo que la distinción era totalmente necesaria.
No es que viésemos a nadie en ella -de forma
concreta al menos-, pero al mirarla, todos coincidíamos en que se trataba de
una casa que parecía estar levemente habitada, o en proceso de abandono. Aunque
claro… no sabíamos explicar de forma precisa a qué nos referíamos con esos nombres.
Pocos nos atrevimos a entrar y lo cierto es que
cada uno de nosotros salió con la misma sensación. Por un lado, la certeza de
que en la casa no había nadie más que la casa misma, y por otro, la fuerte
sensación de una presencia que permanece apenas.
De esta forma, ante la aparente contradicción de
estas ideas, no nos quedó más que plantearnos algunas preguntas necesarias, que
giraban mayormente en torno a una única gran incertidumbre: ¿Puede una casa estar habitada por sí misma?
Hoy puede parecer extraño, es cierto, pero no
dejábamos en ese entonces de preguntarnos este tipo de cosas… y hasta
llevábamos esa misma pregunta a instancias más cercanas… ¿podía un hombre habitar dentro de un hombre? Y si podía, ¿podía habitar de una forma imprecisa,
abandonando su residencia al mismo tiempo…?
De más está decir, en todo caso, que nunca
respondimos –de forma certera, al menos-, ninguna de estas preguntas, y que
incluso fuimos dejándolas de lado con el paso del tiempo, reduciendo nuestra
percepción a casas habitadas y casas deshabitadas, nada más.
¡Una gran
pérdida…!, si se me permite decirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario