Carla leía sobre las dimensiones de Marte.
No del planeta mismo, sino de algunos accidentes geográficos.
El monte Olimpo, por ejemplo, y sus 24 kilómetros de altura.
Los acantilados de 6 kilómetros de profundidad.
Regiones planas y secas más amplias de lo que podía imaginar.
Entonces bajó el libro e intentó dimensionar esos 24 kilómetros de
altura.
Y sintió una extraña sensación que no supo bien como nombrar.
Si la hubiésemos forzado a decir algo tal vez habría sido pena, o
vergüenza.
Aún con esa sensación, Carla de pronto sintió como algo se metía en uno
de sus ojos.
Una mugre, tal vez, poco importaba lo que fuese.
Lo cierto es que la sacó de lo que pensaba y la volcó sobre sí.
Sobre su incomodidad, digamos.
Y sobre uno de sus ojos.
Dejó así el libro sobre una mesa y fue hasta el interior de la casa y
buscó un espejo.
Tenía cierto ardor e intentó ver bien qué ocurría.
Y claro, le costó hacerlo, pero tras unos minutos una pequeña pelusa
había salido desde su ojo izquierdo.
Aún frente al espejo observó cómo corrían las lágrimas desde ese ojo.
No debiera estar llorando por
esto, se dijo.
Después de eso se enjuagó el rostro volvió a leer el libro y encontró
nuevos datos.
Sin embargo, no volvió esa primera sensación.
Carla leía sobre las dimensiones de Marte.
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