I.
Conozco a un vendedor de un almacén, cerca de la
casa de unos tíos, que por alguna razón desconocida, no puede decir mil
novecientos noventa. Es extraño, porque puede decir otras cifras que terminan
de la misma forma, pero no puede con esa. A veces, con mi primo, íbamos a
comprar una serie de cosas que diera exactamente ese precio y lo poníamos a
prueba. Siempre terminó bajándonos diez pesos, aunque hace unos años redondea
hacia los dos mil.
II.
Una vez, de casualidad, entré en la iglesia vieja
de La Tirana justo después que la habían profanado. No estuve mucho en el lugar
pues tras un par de minutos pensé que podían culparme si me quedaba en el
lugar. Si bien la iglesia estaba vacía siempre que recuerdo ese momento
visualizo a un niño escondido en el confesionario, que quedo volteado y roto. El niño se parece a mí, cuando pequeño, pero
parece más alegre.
III.
Cuando trabajé en un local de bowling, cada cierto
tiempo ocurría que alguien se ponía a llorar, inexplicablemente, mientras
miraba el sector donde los jugadores dejan, momentáneamente, sus zapatos. Lo extraño es
que al comentarlo con el encargado del local me decía que ocurría en todos los
locales, y que había personas que no venían a jugar, sino a mirar,
directamente, este sector del local. No son malos tipos, recuerdo que me dijo.
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