Me habían contado que ese era el balcón del que se
cayó la tía Margarita.
Aunque al parecer, luego del accidente, le habían
hecho algunos cambios.
No nos dejaban subir, por cierto, cuando íbamos,
pero yo solía arrancarme mientras los otros conversaban en el comedor.
Subía en silencio y mentía diciendo que iba a leer
un rato.
Era como otra casa el segundo piso.
Tenía otro olor y hasta una serie de objetos que no
hubiesen tenido alguna utilidad en el primer piso.
Pipas
cascabeles, un reloj de arena algo deteriorado y hasta un catalejo de
metal.
En el cuarto desde el que se accedía al balcón
había un retrato de la tía Margarita.
Tengo entendido que después de caerse estuvo viva como
dos semanas, en el hospital.
Luego volvió a casa y murió a los pocos días, pero
nadie cuenta cómo.
Tal vez por eso es que uno estaba atraído con aquel
lugar.
Y claro, en especial con el balcón de la tía
Margarita.
Fue en esas visitas que, estando en el balcón,
comencé a comprender que la tía no se había caído, accidentalmente.
Por lo demás, había ciertos gestos, en el retrato,
que indicaban que tenía razón.
O en ese entonces estaba seguro de ello, al menos.
Quizá por eso fue que acostumbré a pararme en el
borde del balcón, para despertar cierta sensación dormida.
La última vez que visité el lugar me encontraron en
el balcón y decidieron cerrar aquel cuarto de forma definitiva.
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