Subí un cerro este verano y en él encontré un muro.
En medio de un prado, lejos de toda construcción
humana, lo encontré.
No era el muro de una ruina, sino un muro que
parecía recién hecho, con ladrillos bien alineados y hasta un cimiento que se
encontraba rodeado de pequeñas piedras.
Dos metros de alto y unos cuatro de ancho, eran sus
medidas aproximadas.
Entonces, como hacía calor y el muro daba sombra
decidí quedarme a descansar.
Ya más de noche, para evitar un poco el viento que
corría por el valle, también me tendí a dormir, junto al muro.
Soñé algo que ya olvidé.
Tras despertar, recuerdo haber usado de referencia
aquel muro para dar mi último recorrido e intentar hacer cumbre.
Tardé horas en llegar pues el terreno estaba blando,
pero valió la pena.
Desde la cumbre ese día, pude ver como se incendiaba
el muro, a la distancia., en medio de la naturaleza, sin que las llamas
afectasen a ningún elemento del entorno.
Tras bajar, poco después, pude comprobar que las llamas
se habían apagado, y que nada más se vio
afectado.
El muro había quedado levemente manchada, pero no
se había debilitado en la absoluto.
Nunca más volví a verlos desde entonces.
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