El mundo es un mimo.
Le hablo y no responde.
Me mira siempre con cara de hueón y hasta hace unos gestos.
Yo lo miro con atención, pero no consigo entenderle.
A veces incluso creo que se burla.
Es más: no creo que esté solo en todo esto.
Puede que piensen que me muestro paranoico, pero es sin duda lo que
pienso.
Me refiero a que hay otros que son cómplices y que buscan molestarme.
Una especie de sectas de mimos que te empujan hasta el borde.
A la desesperación misma, digamos.
Dios, por ejemplo, como mimo.
El corazón, por ejemplo, como mimo.
Entes importantes, digamos, pero que te miran en silencio y con el
rostro pintado de blanco.
Si es que tienen rostro, por supuesto.
Y es que no es justo, si lo piensan.
Es decir, me despierto y todos son mimos.
El día es mimo, por ejemplo.
Salgo a la calle y el sol es mimo.
El universo entero, incluso, es mimo.
Se mueven por ahí, me refiero.
Dan vueltas.
Nada dicen, pero buscan tu reacción.
Y hasta en ocasiones te molestan, derechamente.
¡Todos son mimos…!
Hasta esos hombres que hablan resultan ser, finalmente, otro tipo de mimos.
Ruidosos mimos, es cierto, pero mimos al fin y al cabo.
Y es que nada dicen, si te fijas.
Huevean no más, los maricones.
¡Putos mimos…!
¡Reputos mimos!
No voy a darles lo que quieren.
No voy a darles, repito, lo que quieren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario