Yo quería decir que el mundo tiene pájaros azules.
Pero ocurre que cuando lo digo, no lo digo bien.
Me refiero a que, por ejemplo, la frase no utiliza
el verbo preciso.
No porque el mundo no pueda tener algo (yo lo veo
como un sujeto bien dispuesto a hacerlo), sino más bien porque los pájaros
azules no pueden pertenecer estrictamente a algo, aunque sea al mundo.
Pero claro, el mundo tampoco es un sitio o una
escenografía donde haya pájaros
azules, ni tampoco existan, porque
los pájaros azules, estoy seguro, existen principalmente (si es que lo hacen), dentro
de ellos mismos y en la mirada del que los ve.
Así, mientras intento combinaciones y busco palabras
para contarles que el mundo tiene pájaros azules, ocurre que entre tanta
búsqueda pierdo de vista y de pronto observo y el mundo ya no los tiene.
Es decir, no es exactamente lo que ocurre, pero es
lo que digo que ocurre.
Entonces, imagino las palabras estas como una jaula
chistosa donde mostrarles estos
pájaros azules y mi sorpresa (y alegría) de que el mundo los tenga.
Y claro, digo que es chistosa la jaula, porque en
el fondo no es jaula, y es bueno que no lo sea y reírse entonces del intento de
llevarles a ustedes la sorpresa de que el mundo tenga pájaros azules, aunque no
lo diga bien.
Por suerte
(de nuevo no es esto, tengo la esperanza de que la palabra sea gracia), me es posible sentir, junto con
la alegría, la presencia de esos pájaros azules nuevamente cerca… y milagrosamente ya ni siquiera necesito
observarlos para verlos ni palabras mostrarlos.
Y es que usted no necesita de las palabras exactas
para compartir mi sorpresa (y alegría) al sentir
estos pájaros azules.
Lo que usted necesita es amar el mundo, y que le
brillen los ojos con los pájaros azules y hasta quererme un poquito de paso,
porque los pájaros azules nos hacen imposible no ver mejor aquello que nos
rodea (y hasta lo que somos), mientras vuelan por ahí.
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